jueves, 19 de mayo de 2011

Escoria pura

Eran algo así como las 2 de la tarde. El vagón iba con su plateado usual, el único color plata triste y monótono. Un hombre abordó. Era sucio, feo, sin playera, en la espalda muchas cicatrices, sus ojos chicos, pero llenos de un odio puro parecido al resentimiento, la piel llena de cortes, un hilo de sangre seca parecía tatuaje, usaba gorra negra y su rostro hosco era una provocación al miedo, en la mano izquierda una bolsa con pulparindos miniatura y en la derecha una camiseta rasgada y llena de vidrios pequeños.

—Vengo a ganarme la vida honradamente— O un discurso parecido de superación personal, lleno de desprecio al destino y al pasado.

Todos sin excepción recibimos un tamarindo suave en una envoltura amarilla y reluciente. Después de la cantaleta de honestidad fingida vino la agresión. Tiró la camiseta al piso y azotó su cuerpo ¡pam! ¡pam! y los vidrios retumban. El gesto de la gente era de asco. Volteaban el rostro para no ver cómo el hambre nos hace estúpidos. La idea iba en mi mente, clara como un relámpago pero con sabor a funeral: "Este tipo se corta con vidrios por una moneda".

Cuando volteé la cara después del tercer azote, vi a una viejita, linda, con playera gris. Sonó el timbre del metro anunciando el cierre de puertas. La anciana se paró, apretó el puño donde llevaba el pulparindo del tipo sangrante y salió con su limitada velocidad del andén. Las puertas se cerraron. Giré mi cuello, la vieja no subía las escaleras para salir del metro, esperaba otro vagón, paciente. Escoria pura, pensé.

viernes, 6 de mayo de 2011

Los que miran faldas

Las faldas tienen la cualidad de poner en los hombres una cara de idiota supremo. La poseedora del milagro en cuestión es delgada, dueña de una cintura simétrica y con un trasero tan firme como una escultura de mármol. Camina por la acera y los ojos masculinos, son como moscas que van a la luz. Hay tres tipos de hombres para mirar faldas: el primero pone la cara más estúpida posible, el segundo disimula con gesto altanero su interés como diciendo, "yo he palpado mejores culos" y el tercer tipo se hace el indiferente por ir acompañado por una dama. El factor común: todos se imaginan el recorrido hacia donde lleva la falda.

La dama en cuestión sigue su paso con un gesto de poderosa indiferencia hacia los mortales; sonreír implica recibir una cantidad brutal de propuestas estúpidas. Hace un gesto despectivo y la creatividad va desde la poesía hasta la vulgaridad, si se grita un piropo se debe hacer escondido, ir en movimiento, estar acompañado de una cantidad considerable de imbéciles o ser un patán de proporciones milenarias, pocos, muy pocos, son capaces de halagar a una  falda con el suficiente estilo para ser inolvidables o chistosos.

Sin embargo, las faldas poseen en sí la materia prima de la imaginación, la proporción áurea se hace mínima por un par de muslos apretados chocando contra sí mismos. El hombre queda en el limbo, donde la estupidez y el sueño, se vuelven una misma cosa. Las piernas bonitas son capaces de curar la depresión y más de un hombre ha quedado con los ojos bizcos por no ser precavido.

Ellas lo saben y hasta les gusta. Seguro más de una mujer anciana extraña al albañil poeta, al fresa vulgarizado y al pendejo habitual. Por tanto las faldas tienen la doble capacidad de bienestar.

Dios bendiga las faldas.